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Relato erótico : Universitaria pelirroja

Hace un año mi jefe me puteó diciéndome que cerraba el restaurante y que nos trasladábamos a un local nuevo, justo enfrente del nuevo edificio de la Universidad. Para mí ha sido un rollo, porque el curro me quedaba a un tiro de piedra del piso que compartía con Lucho, el cocinero. Lo único bueno del cambio han sido las vistas, que antes consistían en trabajadores de oficina de medio pelo, principalmente al mediodía. Para las cenas, como mucho, se sumaban familias con críos. Ahora, por suerte, tenemos esto lleno de universitarias a todas horas. La mayoría son simpáticas, aún no tienen la mala leche de las tipas grises con horario fijo, y llenan mi día de sonrisas y pieles tersas. Yo soy amable con ellas, incluso a veces lanzo darditos, pero en realidad no me atrevo mucho, ellas van a su bola y tengo la impresión de que marcan la distancia, dejando claro que juegan en otra división.

La pelirroja tiene algo especial, me pone a mil. Lucho la llama “Fuego Uterino”. Es de esas tías que, aunque no hagan nada, solo con tenerla delante te ponen burro. Algunas chicas tienen ese aspecto aún a medio hacer, que no sabes bien si llamarían a mamá a la primera de cambio. Ella no, ella es el prototipo de universitaria independiente y segura de sí misma. A veces me da conversación, o, mejor dicho, me deja hablar, mirándome fijamente y riéndome alguna gracia, desde su trono de diosa. Otras veces ni siquiera me ve.

El jueves entró sola, ya era tarde, y se sentó en la barra mientras yo ya estaba recogiendo. Me pidió que le pusiera un bocadillo para llevar.

—¿A qué hora cerráis?

—Ya debería haber cerrado, pero me he liado limpiando.

—Ponme una cerveza y otra para ti, ¿no? Que te la mereces.

Me vine arriba y salí a sentarme con ella al otro lado de la barra. Estábamos frente a frente y nuestras rodillas se rozaban accidentalmente de vez en cuando.

—Estarás reventado.

Ella sí que estaba para reventarla. Me acarició el muslo casi inocentemente, diciéndome que se me veía cansado, o algo así. Yo ya me puse malo. Luego me empezó a masajear las sienes, despacio. Yo estaba inmóvil, tenía la polla como un caballo pero no me atrevía a avanzar, no estaba seguro si aquello era sexual o no para ella. De las sienes sus manos pasaron a mi mandíbula. Me atrajo hacia ella y me besó, despacio y suave, durante un largo rato. Hasta que su mano bajó a mi paquete. Me besaba y me acariciaba por encima del pantalón.

Yo no hacía nada, no sé, o creo que quizás en un momentdo dado le agarré el pelo rojo y revuelto, quizás fui yo el que la guié hacia abajo. No estoy seguro. Cuando me bajó el pantalón no me tocó la polla. Me acarició los huevos, con esa mano delicada y eléctrica pero precisa. Me acariciaba alrededor, como si la polla no importara, como si para eso siempre hubiera tiempo. Cuando miré abajo solo vi esa mata de pelo rojo y ya me estaba lamiendo lento, todo, todo lo que no era polla, lamía besaba y acariciaba, joder, tan dulce, tan suave. Entonces paró y yo volví a mirar abajo pero ya no estaba allí. Estaba de pie delante de mi completamente desnuda, pura fantasía de universitaria rasurada. Ella lo hizo todo. Yo sentado en la banqueta con la espalda contra la barra, se subió sobre mi y me miró a los ojos mientras movió su pelvis de la manera exacta. Y yo ya estaba dentro, y ella tan mojada, tan estrechita.

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