Relato erótico : Sudamericana de grandes pechos me da un masaje

Me habían prescrito masajes para curar la lesión de las lumbares y había ido ya varias veces. Siempre me había tocado la misma masajista, una chica sudamericana de grandes pechos y sonrisa aún más grande. Me gustaba mucho y yo diría que era correspondido. Nunca había sentido tanta química sexual con alguien y cada vez que iba tenía que poner todos mis esfuerzos en no excitarme. Pero no sabía que ese día iba a ser un poco diferente.

La mulata masajista me hizo tenderme en la camilla y salió de la habitación, pero cuando volvió a entrar, vi por el rabillo del ojo que solo llevaba lencería. Me quedé de piedra.

– ¿Te gusta? -preguntó pícaramente al verme mirar.

– Claro.

No dijo nada más y empezó a trabajar en mi espalda, como siempre. Sus manos se deslizaron ligeramente por mis hombros y después se concentró en mis lumbares. Pero yo no podía dejar de pensar en aquella mulata de Barcelona en lencería, y me estaba empezando a empalmar.

La mulata masajista siguió con las lumbares, pero cada vez bajando un poco más de lo necesario, hasta rozar la parte superior de mis nalgas, y luego seguir como si nada. Para ese momento, estar tumbado sobre mi erección dolía, así que de vez en cuando me removía. Y ella se dio cuenta.

– ¿Lo estás disfrutando?

– Hmm -contesté yo.

Ella siguió masajeándome, esta vez cogiendo mis nalgas y deslizando sus dedos por la raja de mi culo. Yo me estremecí.

– Date la vuelta -casi no había terminado de decirlo cuando yo ya estaba bocaarriba, mostrando mi imponente erección.

Pensé que la cogería, pero en su lugar siguió acariciándome el torso. Sus dedos en mis pezones me hicieron soltar un gemido. Nadie nunca me había tocado así. Siguió jugando conmigo, haciendo que me excitara más y más. Acarició mi vientre y rozó ligeramente mi erección. Pero la pasó de largo y siguió con mis muslos. Una gota de líquido asomaba en mi glande y sentía calor que irradiaba ahí donde sus manos tocaban mi cuerpo. Solo quería que por fin agarrase mi erección para desencadenar el nudo de placer que se formaba en mi interior. Pero aún iba a hacerme esperar más.

Rozó suavemente mis testículos, y después los cogió y empezó a masajearlos, pasando los dedos por toda el área. Sentía la presión en mi bajo vientre y me sorprendí a mí mismo gimiendo sin que ella hubiera llegado a mi pene.

– Haz que me corra por favor -jadeé.

Muy despacio, la mulata masajista deslizó los dedos por mi rabo, con la ligereza de una pluma, hasta llegar a mi glande. Pensé que me correría ahí mismo. Con dos dedos lubricados por mi propio fluido, acarició mi glande un rato, manteniéndome todo el rato a punto de caramelo. Cuando veía que gemía más de la cuenta, paraba y me masajeaba las piernas o los brazos hasta que me volvía a calmar.

Entonces pasó a masturbarme muy despacio, deslizando mi propia piel contra el glande. Mi sensación era de estar continuamente al borde del orgasmo. Luchaba por contenerlo para prolongar el momento lo máximo posible, pero a la vez necesitaba correrme, necesitaba explotar.

Yo gemía sin control ya, y de repente, noté cómo me agarraba el pene y me masturbaba cada vez más deprisa. Perdí el control. Mi espalda se arqueaba, mis caderas iban solas y creo que hasta grité. Me corrí, expulsando mi semen en mi torso y sobre sus grandes tetas, pero el orgasmo duró mucho más tiempo, mientras que la sudamericana no dejaba de masturbarme para sacarme hasta la última gota.

Finalmente, me dejé caer en la camilla con los ojos cerrados. Flotaba.

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