Aquella tarde salí de la oficina más que harta de aguantar estupideces, jodida por las caras largas de la jefa y mi divorcio con Eduardo. Esa noche pensaba llenar la bañera de sales y descorchar un Chardonnay. Hacía tiempo que no pasaba un rato a solas con mi brillante y rosado dildo con forma de delfín. Para una madura culona y tetona como yo, a la que siempre le gustó el sexo, estar sin un pareja bien dotada que llenara mis vacíos físicos y subiera el tono de mis voluptuosidades, podía afectar a mi estado de ánimo.
Cuando llegué al ascensor ya notaba el sexo hinchado, ese preludio de excitación aún ligera que provoca cierto vértigo y hace que tu sujetador se vea un poco más relleno. Él estaba esperando allí, nunca le había visto antes. Llevaba un aspecto desaliñado, casi infantil: vaqueros un poco más estrechos de lo que le convendría y una camiseta gris oscuro. Aunque, por la forma en que me miró, pensé que no debía ser tan joven, quizás de la edad de mi hijo. Unas pequeñas perlas de sudor coronaban el nacimiento de su pelo negro, alborotado y un poco largo. No respondió a mi saludo, pero me miró intensamente, girándose muy lentamente, como si todo él se moviera a un ritmo inferior al del resto del mundo. Tenía unos labios carnosos que aparecían entre una barba un pelín descuidada. Noté un pequeño cambio en su respiración, casi imperceptible, tal vez.
El ascensor llegó, pero él no abrió la puerta. Yo tampoco lo hice, no sé por qué. El chico miró al suelo, despacio, sin emitir sonido. Luego volvió a mirarme y giró el cuello hacia la derecha, en una especie de estiramiento reflejo, como para relajarse. Era frágil y varonil a la vez. No sé por qué lo hice, no lo sé, pero apreté mis codos contra las tetas, llevándome los dedos a mis labios. Creo que estaba tan excitada que actué intentando disimular un jadeo, y conseguí el efecto contrario. Al chico se le cayó al suelo el móvil, justo a mis pies. Me agaché a recogerlo, él ni se movió. Al levantarme vi el inequívoco bulto en su pantalón. Estaba empalmado, mucho, y noté un leve temblor en su labio inferior. Le acerqué el móvil y entonces vi la pantalla: “maduras valencia, maduras rusas”. Las fotos de dos señoras en tanga, una rubia entradita en carnes, tetona, muy sugerente. La otra de pelo largo castaño, más delgada que la anterior pero con un culo impresionante. Las dos de rodillas en una cama mirando a la cámara.
Le miré el paquete, yo estaba mojada y a la vez me sentía fuera de la realidad, incapaz de pensar en nada coherente. Despacio, muy despacio, deslizó su mano derecha entre mi pelo, y me agarró con fuerza por la cintura con la izquierda. Fue caminando hacia atrás, hacia el hueco oculto tras los ascensores, esta vez ya sin reprimir su boca abierta. Podía sentir su respiración y su polla enorme a punto de estallar dentro del pantalón.
Su boca me arrasó literalmente, mis labios estaban calientes o eran los suyos, no lo sé. Me comía toda la boca mientras sentía su corazón desbocado, su polla tan dura que dolía contra mi coño y su mano derecha deshaciendo en mil pedazos mis tetas, expuestas fácilmente con aquel vestido de verano, destrozándolas y convirtiéndolas en algo nuevo, dándoles una vida que jamás habían tenido, los pezones duros como piedras.
Apenas se bajó los pantalones, no sé cómo, sin dejar de besarme ni de tocarme, sin dejar de sentir su sudor suave y su olor a puro sexo, en una sincronía perfecta. Mi vestido hacia arriba, no llegó a quitarme las bragas, solo las apartó hacia el lado y agarró con fuerza mi culo. Y entró mojado, duro y natural, para enseguida cambiar el ritmo a romperme y follarme duro sin remedio. Sentía mi coño como si fuera estrecho y su polla llegar hasta el fondo, hasta que dolía, hasta que explotamos, mordiendo yo su cuello para no estallar en grito y gimiendo él ronco, largo y casi animal.
Fue todo rápido, lo sé porque comprobé la hora más tarde, cuando estaba ya sola en casa. Pero a mí no me lo pareció.
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